No hay cuchara
2010-12-14
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Escrito por Damsam | El Banquillo Visitante
No se si alguna vez les habrá ocurrido. Esa sensación de amarmotamiento (palabro inventado por mi, no pierdan el tiempo en buscar en el diccionario), sopor, depre ligera. Situaciones en las que desearias que ocurriera algo, ese imprevisto, esa salida de tono u hoja de ruta que te espabila de golpe, que te pone a mil en décimas de segundo, que aflora tus instintos de supervivencia en un acto reflejo incontrolable.
A mi me sucede mucho en vuelos transoceánicos. Tras 6 horas a 10000 pies de altura y después de dos pelis de supuesto estreno que para tu desgracia ya has visto 4 o 5 veces (Gracias Emule), el cuerpo te pide marcha, acción y para ello nada mejor que un par de turbulencias de las que se notan, ya saben, esas que te vuelven el estomago del reves, te dejan el cerebro sin sangre, producen palpitaciones, sudores frios y alguna que otra ida de olla. Sí, algunos me dirán que si estoy zumbado, puede que sí, puede que no, la cuestión es que en esos momentos, la adrenalina comienza a fluir a borbotones, te sientes vivo, tus instintos toman los mandos de tu cuerpo, se agudizan tus sentidos hasta límites insospechados. Esa ansiedad latente que solo aparece cuando la necesitas, la que te avisa de los peligros, la que te permite siempre reaccionar a tiempo en situaciones límite.
Exagerándolo mucho, esto que seguro alguno de ustedes ha experimentado, es muy similar a lo que me ocurre cuando veo últimamente un partido del Barça. Tras 65 minutos de control abrumador, posesión salvaje, paredes imposibles, filigranas de salón y jugadas de playstation, me entra una modorra importante. Ojo, no es culpa de los funambulistas del balón, ellos hacen lo que deben, jugar, convencer, y ganar. El problema es que cuando no hay rival, cuando la pelota solo es de uno, cuando no hay ida y vuelta, ni riesgo, ni padecimiento, ni presión, ni fallo, se pierde la magia del fútbol y eso es lo que está ocurriendo en los últimos encuentros. A veces me gustaría que ocurriera algún imprevisto, algo que se salga del guión, que se yo, un penalty injusto, una expulsión, un gol producto de un error de Iniesta o Xavi, dos goles tempraneros e inesperados del rival que nos obliguen a la remontada del año, a la quimera no prevista, a poner toda la carne en el asador.
Claro que llegarán esos momentos, al menos así lo espero. Sin embargo, hasta entonces, los partidos se suceden y la superioridad que demuestra el Barça resulta aplastante, insultante. 26 goles en 6 partidos y ninguno encajado, evidencian lo que explico penosamente en estas líneas. El conjunto azulgrana ha alcanzado la excelencia, el nirvana futbolero, es Neo en Matrix, el elegido, aquel que ya no necesita esquivar las balas, pues no hay balas, al igual que no hay cuchara. El Barça, señores, ha alcanzado la perfección y la perfección, mal que les pese, mola durante un tiempo, luego se convierte en tedio, pues el ser humano es imperfecto por naturaleza y rehuye lo acabado, un recordatorio sin duda de lo que pudo ser y no es.
Por esta razón espero con ansias la turbulencia. Quiero ver al equipo en dificultades, quiero sentir el agobio típico del que teme por el resultado, esa sensación que te obliga a no levantarte del sillón hasta que el trencilla señala el final de partido. Que nos roben, que se equivoquen una y mil veces, que sigan los dictados de la caverna y nos masacren a penaltys y tarjetas. Que expulsen a Guardiola o lo extraditen si quieren. Quiero ver al Barça enrabietado, cabreado como monos, quiero verles con el agua al cuello para comprobar de que pasta están hechos. Quiero divertirme de nuevo.
Sí, el ser humano es complejo. Buscamos la perfección, para una vez encontrada, volver al refugio de su antagonismo. Yo soy así y así seguiré, nunca cambiaré. Alaska dixit.
Escrito por Damsam | El Banquillo Visitante
No se si alguna vez les habrá ocurrido. Esa sensación de amarmotamiento (palabro inventado por mi, no pierdan el tiempo en buscar en el diccionario), sopor, depre ligera. Situaciones en las que desearias que ocurriera algo, ese imprevisto, esa salida de tono u hoja de ruta que te espabila de golpe, que te pone a mil en décimas de segundo, que aflora tus instintos de supervivencia en un acto reflejo incontrolable.
A mi me sucede mucho en vuelos transoceánicos. Tras 6 horas a 10000 pies de altura y después de dos pelis de supuesto estreno que para tu desgracia ya has visto 4 o 5 veces (Gracias Emule), el cuerpo te pide marcha, acción y para ello nada mejor que un par de turbulencias de las que se notan, ya saben, esas que te vuelven el estomago del reves, te dejan el cerebro sin sangre, producen palpitaciones, sudores frios y alguna que otra ida de olla. Sí, algunos me dirán que si estoy zumbado, puede que sí, puede que no, la cuestión es que en esos momentos, la adrenalina comienza a fluir a borbotones, te sientes vivo, tus instintos toman los mandos de tu cuerpo, se agudizan tus sentidos hasta límites insospechados. Esa ansiedad latente que solo aparece cuando la necesitas, la que te avisa de los peligros, la que te permite siempre reaccionar a tiempo en situaciones límite.
Exagerándolo mucho, esto que seguro alguno de ustedes ha experimentado, es muy similar a lo que me ocurre cuando veo últimamente un partido del Barça. Tras 65 minutos de control abrumador, posesión salvaje, paredes imposibles, filigranas de salón y jugadas de playstation, me entra una modorra importante. Ojo, no es culpa de los funambulistas del balón, ellos hacen lo que deben, jugar, convencer, y ganar. El problema es que cuando no hay rival, cuando la pelota solo es de uno, cuando no hay ida y vuelta, ni riesgo, ni padecimiento, ni presión, ni fallo, se pierde la magia del fútbol y eso es lo que está ocurriendo en los últimos encuentros. A veces me gustaría que ocurriera algún imprevisto, algo que se salga del guión, que se yo, un penalty injusto, una expulsión, un gol producto de un error de Iniesta o Xavi, dos goles tempraneros e inesperados del rival que nos obliguen a la remontada del año, a la quimera no prevista, a poner toda la carne en el asador.
Claro que llegarán esos momentos, al menos así lo espero. Sin embargo, hasta entonces, los partidos se suceden y la superioridad que demuestra el Barça resulta aplastante, insultante. 26 goles en 6 partidos y ninguno encajado, evidencian lo que explico penosamente en estas líneas. El conjunto azulgrana ha alcanzado la excelencia, el nirvana futbolero, es Neo en Matrix, el elegido, aquel que ya no necesita esquivar las balas, pues no hay balas, al igual que no hay cuchara. El Barça, señores, ha alcanzado la perfección y la perfección, mal que les pese, mola durante un tiempo, luego se convierte en tedio, pues el ser humano es imperfecto por naturaleza y rehuye lo acabado, un recordatorio sin duda de lo que pudo ser y no es.
Por esta razón espero con ansias la turbulencia. Quiero ver al equipo en dificultades, quiero sentir el agobio típico del que teme por el resultado, esa sensación que te obliga a no levantarte del sillón hasta que el trencilla señala el final de partido. Que nos roben, que se equivoquen una y mil veces, que sigan los dictados de la caverna y nos masacren a penaltys y tarjetas. Que expulsen a Guardiola o lo extraditen si quieren. Quiero ver al Barça enrabietado, cabreado como monos, quiero verles con el agua al cuello para comprobar de que pasta están hechos. Quiero divertirme de nuevo.
Sí, el ser humano es complejo. Buscamos la perfección, para una vez encontrada, volver al refugio de su antagonismo. Yo soy así y así seguiré, nunca cambiaré. Alaska dixit.
Escrito por Damsam | El Banquillo Visitante